La semana pasada fue una semana de controles, algo que por muy espaciado que sea es algo a lo que no me acostumbro.
Pero Diego ya empieza a ser mayor y me planteo varias dudas, ¿tendrá edad para entender ciertas cosas?, ¿le puedo decir ya lo que va a pasar o no?, ¿permanezco inmóvil y relativamente ausente mientras él llora?.
Al plantearme estas preguntas y seguramente mil más, todos me dijeron que no le hablara aún de lo que iba a suceder.
Y yo, le vi sentado tan valiente frente a la sala de extracciones, imagino que pensando que el doctor o doctora le iba a escuchar el corazón y poco más, que me invadió la pena, un sentimiento de traición y culpa... yo sabía que le pincharían, que él lloraría, que me buscaría con la mirada pensando por qué permito que le hagan daño... y no pude más, decidí contarle lo que iba a pasar.
Uff, todavía me entra algo en el cuerpo si lo pienso...
Como era esperable comenzó a llorar diciendo que no quería que le pincharan, yo trataba de explicarle que era necesario, que iba a ser un momentito, que no iba a doler tanto como pensaba, y nada sirvió. Lo irónico es que entró muy valiente y sin lágrimas, pero en el momento del pinchazo lloró como era lógico que hiciera.
Después todo fue de mal en peor. Ya no quería que le hicieran fotos a sus huesitos, no le divirtió en absoluto que a mamá le pusieran un delantal super chulo que pesaba muchísimo, y por supuesto mamá volvió a hacer el papel de bruja malvada porque tuvo que sujetarle los brazos y demás...
Para colmo nos dijeron que ya nos podíamos ir, y claro, más felices que unas perdices nos fuimos en metro, pasamos por una librería a comprar un cuento y unas chuches por haber sido un campeón (algún día revisaré este término porque me da que tanta lágrima y forcejeo no entra dentro de lo que uno diría que es un campeón, pero vamos, que tiene tres años) y ahí recibo la llamada del hospital diciendo que nos hemos ido sin hacer la ecografía.
Y haber como le cuentas tú al niño que debemos volver.
Pues volvemos, y volvemos al mismo sitio donde le han hecho fotos a sus huesitos, así que el niño que retener, ya retiene me dice que no le van a volver a sacar fotos, así que de nuevo trato de explicarle que esta vez vamos a ver su tripita en una televisión (que para qué quiere el niño tanta información), ya desde ese momento se negó en rotundo.
Y al momento de entrar ya preguntó si le iban a pinchar, le decimos que no y ya nos amenazó con no querer tumbarse en la camilla, y como mamá es mucho más cabezota que tú y la enfermera no tiene ni tiempo ni ganas de aguantar niños, le subimos a la camilla y por supuesto la enfermera que imaginamos es su papel o es que después de Diego puede irse a tomar un café, con toda la amabilidad que la caracteriza sujeta al niño las piernas con toda su mala leche y algún kilito extra... amenaza al niño, y yo ya empiezo a ver que esto no va a funcionar...
Trato de usar la táctica mamá te quiere más que nadie que desde luego no funciona, uso el fantástico chantaje yo diría emocional, porque si te portas bien luego compramos, o vamos, o hacemos... que desde luego tampoco funciona, el niño ya no llora sino que grita que le dejen en paz, basta ya, ya no más... y a mí se parte el alma, y noto que lo hace a trocitos y me miro a través de sus ojos y se rompe aún más... tú, quien me quieres más que nadie, sujetas mis brazos y me pides que esté quieto a cambio de chupachups, ahí estás diciendo que me adoras y consientes en que esta gente extraña me haga daño con esta máquina (que a ver, madres del mundo, es un ecógrafo, y sí, es incómodo y el gel está frío, pero daño, lo que se dice daño, no hace) pero él tiene tres años y lo que quiere es que todo termine, irse a casa y jugar... Pero tú sigues allí, mintiéndole y mirándole además a los ojos, a esos ojos que no entienden porque cada tres meses ha de ser igual o parecido, y tú, que crees que ya es mayor para saber, le explicas lo que pasará porque no quieres mentirle, porque no quieres sentirte culpable...
Hay varios tipos de crueldad y esta enfermedad es una de esas formas... porque no distingue entre niños y adultos, porque te obliga a hacer cosas que aún sabiendo que son necesarias son dolorosas o incomprensibles para personitas que debían estar en el cole jugando con sus compañeros a pillar o peleándose con Izan para variar... y no frente a una aguja y a una señora que si alguna vez tuvo sensibilidad la perdió en el autobús...
Para colmo el día de los resultados, cuando al pobre niño le juro y le perjuro que esta vez no le van a pinchar, solo a mirar, nos dicen que los análisis de la enolasa no están porque la sangre se coaguló y que... (una pausa para dar emoción....) sí!! hay que volver a pinchar!!.
Y como si llevara a mi pobre niño al matadero, nos vamos caminando hasta la sala de extracciones, nos sentamos en el banquito y él me dice: Mamá, aquí me pincharon la otra vez!.
Sí, mi amor... (¿y ahora qué?, ¿le digo que otra vez le pincharán?, ¿me hago la loca y que salga el sol por donde quiera?)... y tú le habías prometido, que esta vez no le pincharían...