
Ahora mismo no sé que puede pensar una mamá cuando su hijo cumple 16 meses, supongo que ha llegado ya la hora de la operación pañal, la operación chupete fuera, ese tipo de cosas... y seguramente era el tipo de cosas de las que yo estaba preocupada cuando Diego cumplió esa edad.
Pero un 8 de Septiembre, hace ya exactamente un año, a las 9 de la mañana, la neuróloga me dijo, su hijo tiene cáncer... y yo sólo miré a mi bebé... estaba jugando tranquilamente con un trenecito de madera que había en la consulta. "Vamos hombre, tienes que estar de broma!!?". No me dio tiempo a nada, ni siquiera a reaccionar, la miré, sonreí y ella me explicó que ya estaba todo listo en oncología infantil, que nos estaban esperando para explicarnos todo sobre la enfermedad de Diego y que antes debíamos pasar a hacer unos exámenes de sangre...
Y allí estaba mi gordito, tranquilo, mirando sin entender, sonriendo como siempre... Cogí el trenecito de madera, lo dejé en su sitio, levanté a mi hijo del suelo, y me despedí con la misma sonrisa con la que seguramente entré a la consulta, dando las gracias por todo...
Después llegamos a extracciones infantiles, miré a cada niño, a cada papá que seguro tenía su propia historia, mejor o peor que la nuestra, quien sabe... nadie lleva a su hijo tan pequeño a que le saquen sangre por placer... y yo miré al mío... "tienes cáncer!!... qué se supone que piensa una madre al saber algo así?... qué voy a hacer?... qué vamos a hacer??".
No puedo explicar todo lo que sentí ese día, mirar a mi gordito tan ingenuo, tan inocente y pensar que... "no, mejor no pienses algo así, saldremos de esta seguro!!. Sécate las lágrimas, él no entiende nada, no sabe porque lloras y se va a asustar, eso es... una sonrisa, juega con él como si nada y dile lo mucho que le amas".
Y eso es todo lo que pensé... pensé que mi hijo era el mismo de hacía un mes, de hacía un año, un niño inmensamente feliz, que jugaba y reía, que estaba aprendiendo a comer solito sin tirar los granos de arroz, un niño al que le seguía gustando tomar biberón, que le encantaba que le achucharas y tremendamente besucón... era mi niño, y algo así no nos iba a impedir que disfrutáramos día a día de tenernos, y pasaríamos completamente esta etapa, sin una lágrima.
Después de sacarle sangre, tuve que llamar a mi casa, explicarle a mi madre por qué no iba a llegar tan pronto como ella pensaba, llamar a mi marido que en Chile serían las 4 de la mañana para darle una noticia que le congelaría el corazón... llamar a mi tío porque estaba tan paralizada que estaba segura de entender todo lo que me dirían en oncología...
Después de tratar de calmar a todo el mundo... sí, calmarlos, yo a ellos... subí con mi gordito a la sexta planta y es en ese momento que sentí que mi vida estaba cambiando...
Lo primero que vi al salir del ascensor: Hospital de Día Infantil. Oncología Infantil.
Llené mis pulmones de aire y caminé... había niños sin pelo, sin cejas... pero todos sonreían. Las mamás, no sé si era casualidad o no, pero todas estaban flaquitas... pero también sonreían. Lo mismo que los papás.
Todos se hablaban, todos se conocían y todos saludaron, preguntaron y me contaron sobre ellos... lo que me vino a la mente es: Madre mía!!... es como si fueran una gran familia!!...
Y sí... lo eran, lo son... y de verdad cambió mi forma de ver esta enfermedad...
Me di cuenta de que el cáncer sí existe, que no son fotos que cuelgan en los ambulatorios para que en algún momento alguien sienta pena... son niños de verdad, más de los que creemos en realidad. Que son niños que sonríen porque no dejan de ser niños... y pasados los meses me di cuenta, que son ellos quienes realmente nos enseñan a vivir la vida. Que el afán de superación no es ascender en tu trabajo, es luchar contra una enfermedad que amenaza con tu vida, es sonreír aún cuando no te quedan ganas, me enseñaron que ninguno de mis problemas era tan grande como para hundirme, que ellos apenas con unos meses de vida o con 15 años, valoraban lo que tenían más que nada en este mundo...
Mi hijo, con sólo 16 meses, me dio una lección que no podré olvidar jamás... que la vida merece la pena vivirla, y vivirla desde los ojos de alguien que no conoce otra cosa que levantarse para respirar y seguir aquí...
Sé que no me estoy explicando como me gustaría... pero en estos momentos, desde ese día, pensar en aquél 8 de septiembre y todo lo que vino después, hace que las sensaciones, los sentimientos se agolpen y si bien sí sé lo que viví y sentí, no puedo explicarlo.
Hoy hace un año... hoy hace exactamente un año que nuestras vidas cambiaron. Hoy hace un año que el cáncer entró en nuestras vidas y hace un año que mi hijo me dio la lección más importante en mi vida. El poder de la sonrisa, el poder de la inocencia, de la lucha constante... Que el cáncer es más que una enfermedad individual, es una enfermedad familiar, arrastra a todos con él... que oncología no es un sitio a mirar con miedo, que hay personas que lloran, que sufren sí... pero también personas que te miran con cariño, que te tienden una mano, que siempre tendrán un pañuelo cerca, que compartiran contigo un café...
Hoy he llevado a Diego a la guardería como todos los días, y hoy me he dado cuenta de que está tan grande!!. Y hoy me he dado cuenta que puedo volver a llorar al menos un poquito... esta vez supongo que de felicidad, sabiendo que tengo a mi niño cerca, que le puedo besar, acariciar y achuchar... Nunca quise tener favoritos, pero creo que Diego siempre será mi niño especial...